Decidí presentarme al Foto Maratón, un concurso de mi instituto del cual nos dieron diez textos en los que Azorín describe zonas de Yecla. Después, a partir de ellos, sacar una fotografía en el plazo de dos días. El concurso era abierto y no recibí ningún premio, pero los concursos son así. Me llevo las experiencias y estas fotografías.
¡Espero que os gusten!
Foto 01
En el fondo de un calleja de terreros tejadillos, el recio campanario de la iglesia Vieja se perfila bravío. Misterioso artista del Renacimiento ha esculpido en el remate, bajo la balaustrada, ancha greca de rostros en que el dolor se expresa en muecas hórridas. Y en la nitidez espléndida del cielo, sobre la ciudad triste, estas caras atormentadas destacan como símbolo perdurable de la tragedia humana.
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 02
La llanura verdea en su extensión remota; los sembrados están altos y se mueven de cuando en cuando, como oleadas, mecidos por ráfagas suaves de aire templado. Veo las rojizas lomas de las Moratillas, las Atalayas con sus laderas amarillentas salpicadas con los puntitos simétricos de los olivos, la imperceptible silueta azul, allá en el fondo, de la sierra de Salinas. La Casa del Obispo, donde yo estuve con el maestro la última vez, aparece en medio del llano; su techo negruzco asoma entre la cortina verde de los olmos; la chimenea deja escapar una blanca columna de humo que asciende lentamente. Y las negras copas romas de los cipreses emergen inmóviles en el azul del cielo. No se oye nada; no se ve a nadie. Y yo pienso, mientras recorro este camino pedregoso, que rompe en culebreos violentos la planicie, en la ruina tremenda de este país desdichado.
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 03
Cae la tarde. Y al levantarse para regresar al pueblo el maestro ha observado que aquí, en estas lomas de la Magdalena, vivieron centenares de siglos antes unos buenos hombres que se llamaron los celtas, y muchos siglos después otros buenos hombres que se decían hijos de San Francisco, y que precisamente en estos parajes unos y otros pasearon su Fe ingenua y creadora, mientras ellos, hombres modernos, hombres degenerados, paseaban sus ironías infecundas…
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 04
Desde la ciudad, si vais a ella, veréis en la lejanía la cima puntiaguda y azul del Monte Arabí; a sus pies se extiende una inmensa llanura solitaria y negruzca. Y en esta llanura, sobre las mismas faldas del Monte Arabí, se alzaba una ciudad espléndida y misteriosa, dominada por un templo de vírgenes y hierofantes, construido en un cerro. No se sabe a punto fijo, a pesar de las minuciosas investigaciones de los eruditos, qué pueblos y qué razas vinieron en la sucesión de los tiempos.
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 05
…En este rojo anochecer de agosto el cielo parece inflamarse con las pasiones de la ciudad enardecida. Lentamente los resplandores se amortiguan. Oculto el sol, las sombras van cubriendo la anchurosa vega. Las diversas tonalidades de los verdes se funden en una inmensa y uniforme mancha de azul borroso; los términos primeros suéldanse a los lejanos; los claros salientes de las lomas se esfuman misteriosos. Cruza una golondrina rayando el azul pálido. Y a lo lejos, entre las sombras, un bancal inundado refleja como un enorme espejo las últimas claridades del crepúsculo.
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 06
El cielo es ceniciento; la tierra negruzca; lomas rojizas, lomas grises, remotas siluetas azules, cierran el horizonte. El viento ruge a intervalos. El silencio es solemne. Y la llanura solitaria, tétrica, suscita las meditaciones desoladoras…
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 07
Desde lo alto de las Atalayas, el campo del Pulpillo se descubre infinito. A lo lejos, en lo hondo, la llanura –amarillenta en los barbechos, verde en los sembrados, negra en las piezas labradas recientemente- se extiende adusta, desolada, sombría. En perfiles negruzcos, los atochares cortan y recortan a cuadros desiguales al alcacel temprano. Los olivares se alejan en minúsculas manchas simétricas hasta esfumarse en las estribaciones de los terrenos grises. Y acá y allá, desparramadas en la llanura, resaltantes en la tierra uniforme, lucen blanquecinas las paredes de casas diminutas.
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 08
“Yecla – ha dicho un novelista- es un pueblo terrible.” Sí que lo es; en este pueblo se ha formado mi espíritu. Las calles son anchas, de casas sórdidas o viejos caserones destartalados; parte del poblado se asienta en la falda de un monte yermo; parte se explaya en una pequeña vega verde, que hace más hórrida la inmensa mancha gris, esmaltada con grises olivos, de la llanura sembradiza…
Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 09
¿Vosotros no habéis visto una pequeña ventana desde lo alto de un monte? Yo lo explicaré: cuando va ya de vencida la tarde, subís a una montaña alta, en que hay barrancos rojizos con verdes higueras en el fondo, y en el que tal vez un allozo hace surgir entre las peñas su tronco atormentado. La tarde cae tranquila y silenciosa: vosotros os sentáis en un terreno; al lado vuestro, en una mata de lentisco, una araña os mira con sus ojos crueles y luminosos desde el fondo de su embudo de seda; a lo lejos tintinea dulcemente la esquila de un ganado. Entonces vosotros sacáis de un cilindro de recio y viejo cuero un catalejo enmohecido, en uno de cuyos tubos pone con letra inglesa London; y miráis el panorama verde y suave…Las montañas cierran en la lejanía con una pincelada azul el horizonte; las viñas cubren con su alfombra de verde claro el llano; una manchita blanca se divisa imperceptible allá en la inmensidad, en el repliegue de una ladera.
Vosotros dirigís hacia allí el catalejo, y veis, en lo alto de un cerro, un castillejo moruno con su torreón desmochado, y abajo, en el declive, un tropel de casas con fachadas blancas. Mirad bien estas casas: todas tienen ventanas; pero entre todas habrá una con una ventana pequeña, misteriosa, que hará que vuestro corazón se oprima un momento con inquietud indefinible…Yo no sé lo que tiene esta pequeña ventana: si hablara de dolores, de sollozos y de lágrimas, tal vez al concretarla, no expresaría mi emoción con exactitud; porque el misterio de estas ventanas está en algo vago, algo latente, algo como un presentimiento o como un recuerdo de no sabemos qué cosas…
Yo he visto en mi niñez muchas fotografías, con pequeñas ventanas, de pueblos que jamás he visitado, y al verlas he sentido esta extraña inquietud de que el poeta Baudelaire también hablaba.
Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)
José Martínez Ruiz “Azorín”
Foto 10
La última estación es la iglesia Nueva. Sus anchas naves clásicas están silenciosas. La comitiva reza un momento y sale. La luna ilumina las anchas calles solitarias. En el cielo pálido se destaca la inmensa mole del templo. Esta construido de piedra blanca, tan arenisca que se va deshaciendo, deshaciendo... Ya los dinteles de las puertas, las cornisas, la parte superior de los muros, la iglesia toda, tiene un desolador aspecto de ruina. Y Azorín piensa en la inmensa cantidad de energía, de fe y de entusiasmo, empleada durante un siglo para levantar esta iglesia, esta iglesia que apenas acabada ya se está desmoronando, disgregándose en la Nada, perdiéndose en la inexorable y escondida corriente de las cosas.
La Voluntad (1902)
José Martínez Ruiz “Azorín”
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